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ENTRE LINEAS

Recursos Inhumanos (1)

Recursos Inhumanos (1)

Veramundo es el jefe de Recursos Humanos de una de las pocas empresas españolas que aún contratan personal. Ahora le ha tocado hacer una selección para una vacante de administrativo, administrativa para ser más exacto. Conceder el privilegio de trabajar,  en un País con más de cuatro millones de parados, le da a Veramundo una sensación de poder que nunca había experimentado. Era marcar el rumbo de la vida de aquellas personas. Sabía que de su decisión dependía el futuro de una de ellas.

 

Había recibido más de mil currículos en apenas dos semanas de colgar el anuncio en una de las páginas de búsqueda de empleo más populares de Internet. Esta vez se había encargado personalmente de depurar aquella lista llena de reponedores, licenciados en administración de empresa, derecho –muy a su pesar porque no le gustaba descartar a un colega- contables, diplomados en recursos humanos y todo un elenco de las más variopintas profesiones que no se ajustaban a los requisitos exigidos. Más reducida fue quedando la lista cuando marcó los límites de edad: de 22 a 35 años. Finalmente eliminó a los hombres. Todo un riesgo apostar por mujeres en edad de procrear, pero entre las sugerencias del responsable del departamento de dónde dependía la vacante que quería féminas y que a Veramundo le gustaba más que le halagasen su vanidad las mujeres que los hombres, le llevaron a cruzar dos rayas a los varones.

 

Entrevistó a veintidós mujeres en una maratoniana jornada que había durado desde las nueve de la mañana hasta las siete de la tarde. Veintidós historias diferentes. Veintidós estilos. Veintidós inmaculados currículos que venían que ni pintados al lugar de trabajo ofertado (o así se lo vendieron las aspirantes). Veintidós mujeres que lo sonreían cuando él daba la señal de sonreír. Al final se quedó con ocho y concluyó que para elegir a la candidata era necesaria una segunda vuelta entre las elegidas. Desde la central le dijeron que no. Que hacer una segunda entrevista significaba emplear más recursos y no merecía la pena hacerlo para un simple puesto de administrativa. Había que arriesgar por una de ellas y pensó la manera de hacerlo. Recordó lo que había observado por la mañana cuando las candidatas esperaban. Había visto cómo los varones que pasaban por aquella sala miraban a una de ellas. Incluso alguien de por allí le hizo un comentario sobre las maneras, las buenas maneras de aquella mujer. Veramundo puso de nuevo atención a su currículo, especialmente en su foto. Era guapa, refinada y con un excelente timbre de voz. Su historial profesional tampoco desmerecía el de las otras siete finalistas. "En fín" concluyó "elegir a la que tiene las tetas más grandes no deja de ser un criterio tan válido como otro cualquiera". Sonrió al pensar que en la próxima selección pediría la foto de cuerpo entero a las candidatas y las medidas de sus atributos para ahorrarse el trabajo de tener que decidir sobre otras cuestiones más prosáicas. 

La semana que viene le daría la buena nueva. A todos.

 

  

Más allá de la miseria...

Más allá de la miseria...

Un terremoto ha sacudido a uno de los países más pobres del planeta Tierra, Haití, dejando tras de si más de cien mil muertos y un incontable número de damnificados.  La pobreza es el único patrimonio de ese País y sobrevivir se ha convertido, estos días de caos, en un acto heróico.  Al leer las noticias que de allí vienen pensaba que estaba asistiendo al descubrimiento de aquello que hay más allá de la miseria.  Me equivocaba. La capacidad humana por traspasar esa indeleble frontera que lo convierte en algo diferente a lo que es su esencia adjetiva y que le da su nombre, ser humano, es infinita.

 

Junto a los titulares de la desgracia ocurrida en el País americano, todos en primera página, ha aparecido otra noticia en la sección "ecos de sociedad" (o similares) que me ha movido a hacer esta reflexión. La cuestión es que un empresario menorquín , soltero y sin hijos, ha legado la mitad de su fortuna -al parecer de unas cuantas decenas de millones de euros- a los "coronados" Felipe, Letizia y toda la récua de vástagos nietos del coronado y coronada "jefes". Según se comenta la intención manifestada del finado era dejar no la mitad, sino la totalidad de su fortuna a los consortes principescos. Pero decidió donar la mitad de su patrimonio a una Fundación dedicada, presuntamente, a fines "sociales de interés general" que administraría, cómo no, Felipe y por derecho de tálamo, Letizia.  La reacción de la "Zarzuela" ha sido más bien tibia. Lo que ha quedado muy claro son dos cosas. La primera es que la parte de los nietos -como se sabe niños que viven en el umbral de la indigencia- es para ellos. La segunda es que a pesar de los esfuerzos del fallecido, a éste se le ha denegado la entrada en el paraíso terrenal.

 

No creo que pase mucho tiempo en que leamos otra noticia en que aparezcan en grandes titulares y en primera página con fotos a todo color una noticia más o menos como ésta: "Felipe y Letizia patrocinan un orfanato para niños huérfanos por el terremoto de Haití ". Y será entonces cuando vosotr@s os déis cuenta, como yo lo he hecho ahora,  de lo que hay más allá de la miseria. Miserables.

Lágrimas

Lágrimas

Hoy he ido a un funeral. Es el segundo en dos meses. No eran familiares pero si personas próximas. Tan cercanas que sientes su desaparición más que cualquier tío o tía que solo conoces de referencias fotográficas o porque un día apareció en tu comunión o en tu boda. En ambos casos se trataba de buenas personas. De anónimas buenas personas... La primera fue mi compañero de despacho durante más de ocho años. Un cáncer se lo llevó a los cincuenta y cuatro años. La segunda, la esposa de un amigo de la familia con quién compartimos veinticinco años de vida. Un cáncer acabó con ella a los sesenta años, después de una lucha de dos contra la enfermedad.

 

Mientras compartía el desconsuelo de sus allegados no he podido dejar de pensar en las miserias de l@s que quedamos. Nuestras absurdas batallas por poseer voluntades y bienes. Nuestras mentiras para aparentar lo que no somos. He sentido lo insignificantes que somos. No ante la muerte, sino ante la vida. Lo pequeños que nos volvemos cuando nos arrastra el amor. No el nuestro, sino el de los demás. Y he llorado. No por los que se fueron, sino por los que nos quedamos.

 

Sigamos soñando…

Sigamos soñando…

 

 

Nochevieja es la noche más llena de tópicos y ritos. Osea, de gilipolleces. A los que se despiden de uno o una cinco minutos antes de que las agujas del reloj con el consabido: “¡Nos vemos el año que viene!” sonriéndote como si aquello fuese una despedida para toda la eternidad (yo es que a est@s los enviaba lejos de verdad) se unen este año los no menos “ingeniosos” que te dicen exhibiendo una sonrisa de oreja a oreja: “¡Hasta la década que viene!”. A es@s, que tan impúdicamente el subconsciente les traiciona porque en realidad lo que quieren es verte lejos de allí durante una temporada, los enviaba a la cola del paro de las relaciones sociales si es que existe la susodicha cola (y si no existe la invento ahora mismo)

 

 Luego aparecen l@s pedigüeñ@s con aquello de: “Yo al año nuevo le pido salud, dinero y amor” ¡Ahí es nada! ¡Cómo si el año nuevo fuese ZP! Además esa es una petición sin lógica porque si a todo el mundo se le concediese lo mismo –si es que hay alguien con esa potestad omnímoda- se pararía el ciclo de la vida y el mundo se pondría imposible de personal, como muy bien apuntó José Saramago. Así que mejor que se siga muriendo la gente –tranquil@s que esa nunca llama dos veces- se sigan arruinando y enriqueciendo otr@s y sigamos retozando discrecionalmente. De ese mismo estilo de personajes  son l@s que, como si creyesen que piden poca cosa, espetan: “Yo que me quede como estoy”. Otro imposible porque nadie se puede quedar como está. Pretender eso es como despreciar el orden universal en constante evolución. Así que el año que viene, nos seguirá cayendo el pelo, aparecerán más canas, nos subirán los impuestos y, si nadie lo remedia –que nunca lo hace-  caeremos en nuevos errores y, algun@ que otr@, en los mismos.

 

Pero a pesar de que somos conscientes, en gran medida, de nuestros imposibles, seguiremos poniéndonos la ropa interior roja o amarilla, pondremos velas en nuestra mesa a la hora de cenar y nos atragantaremos –como cada fin de año- al intentar comernos las doce uvas de nuestros deseos al son de las campanadas… Porque, en definitiva, nos es necesario soñar.

 

 

 

 

 

Es obligatorio vivir

Es obligatorio vivir

 

Tiene 101 años y hace veinte que enterró a su único hermano que murió a los 92 años. No tiene, ni nunca tuvo, marido. Tampoco hijos. Las únicas parientes próximas son dos sobrinas de 84 y 80 años de edad que, cuando sus obligaciones familiares y los achaques se lo permiten, la visitan en la residencia donde vive desde hace más de veinticinco años. Su mente conserva la lucidez que le permite felicitar a sus sobrinas y a las hijas de sus sobrinas en el día de su aniversario y santo. Sin embargo, el cuerpo no acompaña a la mente. No da más que unos pasos y eso apoyándose en alguien que casi nunca tiene al lado. Su sordera le impide comunicarse con quién tiene alrededor. Da igual porque no espera nada de quién tiene alrededor y estos tampoco nada de ella. 

 

La soledad, su soledad vital, le ha hecho aislarse completamente del mundo, un mundo que ve, que conoce, pero que ni escucha ni comprende. Es como si estuviese en un lugar dónde no quiere estar porque no le corresponde pero que debe permanecer en él porque no se sabe quién decidió que debía estar ahí. Es como tener el cuerpo en un lugar y la mente -que inexorablemente necesita de esa comunidad para poder funcionar- en otro.

 

Y así será su vida, sin alegrías, sin penas, sin nadie para compartir esa nada,  con recuerdos de una vida que se fue hasta que una enfermedad sea benevolente con ella y decida llevársela al universo que le corresponde. Ella desearía que sucediese antes que apareciese como curiosidad de ejemplo de longevidad en los medios de comunicación. Ella, en definitiva, desearía estar en su mundo pero no se le permite ir voluntariamente no vaya a ser que fastidie la estadística sobre incremento de la esperanza de vida en su país.

 

 

 

Por un pelo...

Por un pelo...

Carmen siempre se quejaba de lo desagradable que era que Eduardo no se afeitase. Le irritaba la piel cuando la rozaba. Una y otra vez le repetía la misma cantinela: "Eduardo rasúrate o no voy a dejar que te acerques". Un día Eduardo decidió contentarla, cogió la guilette y "ras-ras-ras" se puso a cortar vello hasta dejar su vientre, su pene y sus testículos como los de un recién nacido. Eso le causó tanto placer a Carmen  que aquella noche descubrió que era multiorgásmica y los vecinos también. Las delgadas paredes que separaban los pisos no eran suficientes para amortiguar los aullidos -más que gemidos- de Carmen cuando alcanzaba el clímax repetidamente, ni los chasquidos del choque de sus ingles desnudas de pelo cuando Eduardo la embestía. Después que aquella noche ya no hubo mas vello en la polla de Eduardo. Ni un solo pelo que pudiera irritar la delicada piel de su amada. Las sesiones de sexo "sin pelo" se sucedían entre la pareja casi a diario lo que provocó la envidia de las vecinas y la admiración -contenida eso si- de los vecinos. Envidia y admiración que dejaban traducir en una mirada despectiva de ellas cuando se cruzaban en el portal o ascensor con Carmen y en una sonrisa de complicidad de ellos cuando lo hacían con Eduardo.

 

No tardó mucho tiempo que los vecinos y, por supuesto, vecinas (aunque disimuladamente) preguntaron sobre la causa de la renacida fogosidad de la pareja. En cuanto supieron de qué se trataba no quedó en aquella comunidad pelo alguno en el entremuslo y, ciertamente, eso hizo que los comuneros y comuneros follasen más, mejor y muy alto, tanto, que las noches se convirtieron en un aullido permanente en el barrio. Ahora eran sus habitantes quienes, al ver la cara de satisfacción de los vecinos y vecinas del edificio, quisieron saber el motivo. Al enterarse, ellos y ellas corrieron a imitarles, provocando un grito unánime de satisfacción en la barriada todas y cada una de las noches. Y así hasta que se contagió a la ciudad entera y luego, como una mancha de aceite, se extendió a toda la comunidad autónoma y, de ahí, al pais entero. El pais era un orgasmo, un grito de placer. Al final ya no quedaba vello púbico en sus habitantes, llenándose sus nacionales de satisfacción y buen humor. Eso hizo aumentar la productividad, incrementar las inversiones, bajar el desempleo, frenar la delincuencia y, en definitva, poner el PIB a la altura del Olimpo de los dioses. La campaña electoral para la elección de los representantes al legislativo se convirtió en prometer a los ciudadanos subvenciones para costear la depilación definitiva de las partes pudendas, en convencerles que, con ellos, el pelo desaparecería definitivamente de sus vidas -y entrepiernas- haciendo de ellos una máquina de placer.

 

Y resultó que ganó la opción política que estaba gobernando en el momento de producirse el fenómeno de los "sin pelo". Una mayoría absoluta aplastante... y todo por un pelo. O por unos pelos.

La vida, ese regalo envenenado.

La vida, ese regalo envenenado.

Se nos ha dicho que la aventura de la vida  es bonita y merece la pena porque somos  nosotros los que la amenizamos con nuestros haceres,  nuestros momentos vividos. Y yo me pregunto que porque duele tanto cuando hay desgracias, entendidas por nosotros como tales. Quizá no sean tales desgracias, pero se nos enseña a lamentarnos para que caigan las lágrimas en nuestras  mejillas y después tengamos que exculpar nuestras obras, para decir "¡pobre de nosotros!", cuando no hemos hecho nada, y de paso culpar a  alguien o a algo, para tener la exclusiva de la paupérrima pena que nos ha caído encima.


¿De que valen esos valores que se nos prestaron un día y que han ido formando callo en nosotros mientras respiramos?  ¿De que valen tantas situaciones de sacrificio solitario o en compañía ?


Lo cierto es que me mata la idea de tener que sobrevivir, la idea de que la mañana siguiente a  un día de sol posiblemente venga un día de lluvia y de tormenta ¿Pero quien ha dicho que sea mejor el día de sol que el día de lluvia y atormentado?


Me sublevo a la idea de lo establecido, ya que puedo hablar de días enteros de color gris, y convertidos en colores vivos y destellantes, porque se han envuelto en momentos llenos de placer y de gloria, de encanto y riqueza.

 

Nadie tiene que llorar por mí, nadie tiene que salvar lo que yo no pueda, nadie tiene que poner fin a nada que yo no quiera, y nadie tiene que hablar por mí, siendo que yo aun tengo voz para declararme. Por mí hago todo, esa es la verdad, y ahí es cuando aparece la verdadera  necesidad del ser humano. Me paré a pensar que me muevo por lo que a mí me place, por lo que los demás me aportan, y por lo que en su momento siento para mi bien, porque  tengo sacos llenos de egoísmo.

 

Quien me iba a decir a mí que mi planteamiento iba a tener muchos  y maravillosos cambios durante el tiempo que estoy en este barco,  un barco que tiene muchos camarotes, tantos que me pierdo. En su interior, todo esta protegido, núcleos llenos de cobijo, buen despertar y buen dormir. Pero fuera, llegan todos los contratiempos y se ven,  te llegan, y se derraman para todos por igual. La diferencia es que  a algunos les pilla debajo del porche o del tejadillo más cercano... ¿Tu me entiendes?

 

Todo y todo es como lo queramos ver, nuestros ojos hacen de reflejo, de filtro, de parapente ante todo... y todo es la vida, las circunstancias, las anécdotas, aquellas que se forman como cuentos,  largos, inmensos, llenos de talento, de letras, de entusiasmo. Yo ahora quiero ver que veo claro.

 

Si te dicen por ahí que entregarse es lo mejor, no te lo creas, no se entregan las cosas  para quedarse sin ellas, se entregan porque después obtienes lo que andabas buscando. No te engañes, pero eso es bueno, yo alumbro mi cuarto para que me de luz, ella y yo nos alumbramos, sin mi ella no es nada, no tiene  manejabilidad,  yo si... y eso le gusta, la luz y yo nos entendemos por que participamos en empatía. Yo  estaría ciego sin ella. Que no me la quiten por que me dejaría parte de los rincones sin examinar.

 

Yo que hasta ayer solo fui un hombre sencillo, hoy soy guardián de mi existencia, soplo y lo vuelvo a crear como si nada, paro las horas de cada reloj y pinto de colores la sonrisa, levanto una torre con el pensamiento a toda prisa, conozco bien cada herida, cada  ser, conozco bien cada  guerra  de la vida y del amor. Dibujo un paisaje y lo revivo, en un bosque de lápiz  y confecciono un   lazo  y hago un paquete de bonito papel para envolver la vida.

 

 Tiemblo cuando  veo morir a la gente que muere, sin causa, sin querer, simplemente por que si. ¡¡Vaya!! ¿será por que sí? Lloro por ellos, pero es porque siento pena, pena por que se van, y no sé dónde, nadie lo sabe y me crea confusión, y escondo lo que podría ser una aventura reflexiva.  Si pudiera tener en mis manos la más autentica sabiduría para dejar caer  una lona transparente y cubrir al mundo de todos los peligros que corremos los que estamos debajo, a  buen seguro que la fabricaría  aunque fuese dejándome los ojos tejiéndola por las noches que es cuando hay más silencio  y cuando los búhos dan los buenos días.

 

Haría de  crema blanda la envidia, la rabia, la violencia, y todo lo que ahora es de hierro y pesa, pesa como a grandes toneladas pesa la miseria.


Haría y de forma incondicional viviendas  de fresa para los niños que comen tierra y carne vieja... solo  porque no me clavasen la mirada triste del hambre en mi estomago, pues me llega hasta con pereza y no puedo digerirla.

 

Sería posible que cuando las alondras bajan a comer, se encontrasen con que los amigos más fieles y seguros que andan por la ramas, se encuentran mirando como caen las hojas y como se forman mantas enteras en sus patas para chascar el sonido que les hace propietarios de lo caído de eso que después aplicaran para  mecer  a sus retoños.


Sería posible examinar el agua que cae desde mi boca  pasando por mi garganta y  que mientras esta en mi boca me nutre, cuando no está, descanso, y cuando ya casi no la noto seguro que pide paso para escapar  por mis poros... quizá deje que se vaya, pero no se qué tengo que todo lo que pasa por mi, me gusta que se despida. Con esto quiero y te quiero decir que me nutro de la vida, de lo que ella tiene y me ofrece, y que hay para todos, que no se agota, tanto como grande es el universo, y grande es, pero casi podemos  guardarlo en una mano, seguro que cabe. Cierra los ojos y lo veras tan pequeño que te asustará saber que no es más grande que un grano de arroz. Es grande por que ocupa, pero pequeño porque se dice pronto.

 

Te digo que no hay que desesperar en medio de las más sombrías aflicciones de la vida. Seguro que en las nubes negras, que las hay, siempre caerá agua clara y limpia, fecundante, y llena de fuerza.


Te digo que cuando la nieve se deshace, es porque el sol la alumbra, y le da calor. Seguro que después sabrá por donde tiene que circular y correr, regando los campos, cubriendo la tierra, y dando de beber a las montañas.


Finalmente te digo que me derrito  por dentro  si me dedico  a mirar con buenos ojos al mundo, y bebo de las maravillas que hay. Por si acaso se acaban y con ese temor, te digo que las voy a barrer para el día de hoy porque no puedo dejar que pase y se me vaya su riqueza. He preparado  muchos sacos  vacíos, para pronto poder llenarlos... y recuerda,  no es más rico el que más tiene...


Y yo, quiero ser pobre para llenarme de riqueza.

Placer solitario

Placer solitario

 

Se masturbaba pensando en Él, imaginando su cuerpo desnudo, su pene erguido dispuesto a traspasar la frontera de su deseo y la resistencia de su espíritu. Olía su perfume que circulaba por el aire de la habitación que amortiguaba los gemidos de un placer que solo Ella conocía y Él compartía más allá de sus paredes.

 

Siempre que se entregaba al juego de sus manos para que le proporcionasen voluptuosas oleadas de placer, su mente viajaba a través de esa vía imaginaria del espacio hasta encontrarse  a su lado. Sabía que eran las manos de Él las que le acariciaban. Era su polla la que penetraba sus entrañas en lento vaivén, siguiendo el ritmo de sus voces entrecortadas  buscando desesperadamente aire. Y cuando parecía que la vida se escapaba en el ir y venir de sus cuerpos Él se la devolvía llenándola del líquido que regaba la tierra seca germinando en la explosión del orgasmo.

 

Él siempre la acompañaba en esos momentos de soledad, de una soledad que le proporcionaba su marido en el silencio de los sábados por la noche.  

 

Luto

Luto

El Boletín Oficial del Estado (el todopoderoso B.O.E.) publicó ayer la declaración de luto oficial por el fallecimiento de un militar español en Afganistán al que, además,  se le tributaron funerales de estado. El mismo día en que ocurrió la muerte del militar, fallecía de accidente de trabajo en Paterna (Valencia) un hombre de 62 años  que lo hacía en condiciones totalmente precarias y al que la necesidad había arrastrado hasta un trabajo de tres euros la hora y sin un seguro que lo cubriese. Aunque la noticia del diario no lo explica, los funerales de éste último se celebraron en la intimidad familiar sin que al mismo acudieran más autoridades que el funcionario encargado de tramitar los papeles de la sepultura donde fue enterrado el malogrado trabajador.

 

Morir en accidente de trabajo, como ocurrió en ambos casos, es un hecho triste y no debería ocurrir nunca. Nadie va a su empresa esperando salir de ella con los pies por delante. Pero en los casos relatados hay un matiz que los diferencia. En el primero de ellos, en el del militar, aunque la ministra del ramo se empeñe en decir que la misión española en Agfanistán consiste en poco más que repartir "chuches" y flores entre la población autóctona, el morir ya entra dentro de las posibilidades del trabajo desempeñado. Si a eso añadimos en que el hombre iba armado y a su alrededor explotaban bombas y las balas abatían personas sin importar que estas estuviesen en misión de paz o cuidando intereses ajenos, ya le había dado una idea del riesgo vital que corría. El segundo trabajador no iba armado. Estaba en lo alto del tejado desde donde calló acuciado por la necesidad. Pero no entraba dentro de su riesgo el morir haciendo su trabajo aunque un empresario desalmado se aprovechase de su desesperación para que lo hiciese sin medios de seguridad. Ni materiales, ni sociales. No entiendo por que a él no se le rindieron, también, honores. A él o a  todos los que mueren haciendo su trabajo ¿Hay algo más noble que la muerte, por ejemplo, de un bombero salvando a sus semejantes de una catástrofe? ¿Acaso no hizo bien su trabajo? Lo cierto es que nadie que muere haciendo un trabajo que implica ese riesgo y que consiste en matar al semejante defendiendo intereses ajenos, se le debería tributar un funeral de estado.

 

Aunque ese contradicción en enaltecer al guerrero muerto  y olvidar al que no tiene más que su trabajo para defenderse es propia de una sociedad -primitiva- que, ese mismo nueve de octubre, concede el premio nobel de la paz al representante del País que inció la guerra en Agfanistan, el mismo producto de márqueting que sigue permitiendo las cárceles en Guantánamo y que sigue "instaurando" la democracia en Iraq. La verdad, sigo sin entender porqué ZP, que retiró las tropas de Iraq, que no se levantó ante el paso de la bandera de EEUU, que es un hombre de "talante", que intentó sacar de la cárcel a los presos de ETA, que propuso una alianza de civilizaciones y que fue postulado por uno de sus ministros al premio nobel de la paz-curiosamente el mismo día en que fue nombrado- no es merecedor de tan alto galardón ¿Será por sus aficiones góticas? ¡Que injusto! Menos mal que dentro de pocos meses Europa entera podrá disfrutar de tan preclaro líder... En cuanto eso ocurra, por si acaso, me iré para la Patagonia.

 

Instantes

Instantes

 

La vida es una suma de instantes. De ternura, de pasión, de amor, de felicidad, de añoranza, de locura, de desesperación, de amargura. Instantes fugaces o duraderos. Instantes que se recuerdan o se olvidan, que pasan o se quedan para siempre con nosotros. Hoy tuve mi instante de ternura al leer un comentario que me dejaron en un escrito de hace mucho tiempo. Es de Elena, una niña de once años a la que no conozco ni probablemente conoceré nunca. Comentaba lo siguiente a la pregunta: “¿Qué quieres ser de mayor?” 

 

hola, tengo 11 años, y no quiero hacerme mayor porque tengo unos padres y una familia que no quisiera avanzar. Ojalá se pudiera parar el tiempo. A veces cuando veo mis fotos de pequeña, me pongo a llorar...”

 

Me pregunto cuantas veces, cuando tenía su edad, me hice la misma pregunta o cuantas veces se la hicieron mis hijas. Y cuantas veces lloramos al ver que el tiempo era esquivo con nuestros deseos llevándose con él a los seres que nunca debieron desaparecer de nuestra vida. Me he dado cuenta que no lo recuerdo y, probablemente, mis hijas y los hijos de mis hijas tampoco lo recordarán. Solo son instantes.

Los deberes

Los deberes

A Ella le gustaba leer sus historias. A Él también las de Ella. Ambos sabían que muchos de los relatos que escribían, ellos eran los protagonistas principales.

 

Él en los de Ella y Ella en los de Él.

 

Sus historias estaban escritas en líneas de lava candente de sentimientos que cuando ya no cabía en ellos, se desparramaban en el exterior buscando la piel para  abrasarla de sensaciones. Cada palabra era un estallido que atrapaba la voluntad del otro hasta hacerla suya. Hasta hacerla una.

 

Por eso  buscaban sus letras. Para encontrarse enredados en ellas.

 

Cuando hacía algún tiempo que no se veían entre las líneas, se pedían leerse, reflejarse, mirarse.

 

            “Está en camino”, decía Él

 

Y cuando ese camino era muy largo Ella, simulando un enfado que no existía, le requería, “¿Aún no has hecho los deberes?”.

 

            “¿Deberes?”, pensaba Él sonriendo “¡Como si el deseo de encontrarme en ti fuese una obligación!”

Entre recuerdos

Entre recuerdos

 

Hace más de dos años que los di por perdidos. Eran fotos, recuerdos de mi primer trabajo -como funcionario-, el libro de escolaridad –aquél de color azul- con las notas desde primero hasta sexto de bachillerato (cuando el bachillerato era bachillerato) el   C.O.U (Curso de "des"-Orientación Universitaria), las “papeletas” –calificaciones- rosadas y blancas de la carrera y, como no, escritos con fechas de 1974 a 1978. Una parte de mi vida que creía extraviada y que ha vuelto a aparecer en el interior de una vieja cartera que la casualidad me ha devuelto. No hay nada como hacer maletas, remover espacios, preparar vacaciones (una huída casi) para  reencontrarse con uno mismo. Ahí estaba yo con diez años, con quince –la edad de Rosa, mi hija menor- con dieciocho, con veinte, hasta la mayoría de edad que, en aquellos años, se alcanzaba a los veintiún años escribiendo sobre política, las desigualdades sociales, los mundos perdidos en el Universo, las inacabables guerras, la homosexualidad que subsistió en nuestro Código Penal como conducta delictiva hasta 1979 y, por supuesto, escritos sobre el amor o algo que se le parecía mucho.

 

Papeles escritos a mano de palabras tachadas o aporreados con la inseparable "Olivetti" a la que era imposible traicionar con el "tippex". Papeles de líneas torcidas a las que, además, tenía que añadir las consabidas "entre líneas" tarea obligada en una época como aquella en que había que insinuar y no decir abiertamente. Papeles trazados de ilusión, llenos de ingenuidad de quién aún no ha aprendido a escribir sin imaginación. Papeles desgastados de tanto ir de mano en mano buscando una opinión de lo en ellos escritos. Papeles con alguna palabra borrosa porque en ella cayó alguna lágrima de desconsuelo. Mis papeles. Retazos de una vida que resiste el olvido. Mi olvido. Por enésima vez los leí. Sonreí al reconocer el estilo inocente de un adolescente y confieso que sentí cierta vergüenza por ello aún sabiendo que habrá otros adolescentes que habrán escrito, estarán escribiendo y escribirán algo parecido. Si logro superar ese pudor, los traeré hasta este lugar.

 

"¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del Sol ¿Hay algo de que se puede decir: he aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido. No hay memorio de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después... Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya..." (Eclesiastés 1:9 al 11; 3:15)

Entre calores

Entre calores

La vida se me hace muy complicada a más de treinta y ocho grados (centígrados) Si a eso le añadimos que ya olfateo las vacaciones, la vida, añado, inteligente es totalmente inviable. Así que para no forzar las neuronas me dedico el tiempo de asueto -hasta llegar al relax total- a la lectura ligera. En un artículo de esos he leído que el oso pardo y el lince ibérico son poligamos. Para que luego digan que ser el primero de la clase y  peludo no tiene sus ventajas.

Antónimo

Antónimo

La Real Académica de la Lengua Española define "Antónim@" -en singular porque es una término que no reconoce plural- como aquellas palabras que expresan ideas opuestas o contrarias. A nosotr@s, que tantas veces jugamos con las palabras queriendo decir lo que no se quiere decir porque deseamos lo contrario, nos encanta utilizarlos y transitar a una velocidad de vértigo entre ell@s. Esa práctica nos ha hecho unos expertos en su uso y vamos, por ejemplo, de la virtud al vicio, del pasado al futuro, del bien al mal, del interior al exterior con pasmosa facilidad. A cualquiera de nosotros le costaría muy poco encontrar el antónimo. Y si nos parece que no lo sabemos, lo inventamos. Falseamos el antónimo de amor diciendo que es odio, cuando lo antagónico a él es el miedo.

Tal vez... seas más que la realidad de un sueño

Tal vez... seas más que la realidad de un sueño

 

Tenía tantas ganas de seguir hablando contigo –si es que una conversación en el messenger se puede llamar así- que te pedí nos viésemos en nuestro mundo real.

 

En el de los sueños.

 

Me envolví rápido en sábanas y oscuridad y cerré los ojos para verte por primera vez. Ahí estabas, materializando esa sonrisa un tanto desdeñosa con la que apareces en las fotos. Me di cuenta que era yo quién podía verte porque era yo el que había llegado primero a la estación  de las ilusiones. Tu andabas un poco despistada tal vez porque tus ojos permanecían abiertos y la consciencia vigilante. Cuando pude cazar tu mirada, cambiaste el semblante. Aquella sonrisa burlona se tornó tierna y cálida. Tus ojos brillaban tanto que alumbraban nuestro encuentro. Instintivamente, con esa naturalidad propia de las personas que quieren llegar a las entrañas del alma del otro, nos cogimos de las manos sin dejar de mirarnos.

 

Lentamente acercaste tus labios a mi mejilla.

Noté tu aliento suave.

Pude apreciar tu olor.

Sabía que no debía girarme para robarte el sabor en tu boca. No lo hice.

Seguiste despacito hasta mi oreja y ahí me regalaste tu voz. Un susurro cálido que me llenó de sensaciones.

Dos palabras que removieron mi juicio volviéndolo del revés...

 

                                      “Tal vez…”

Historia de una obsesión (y III)

Historia de una obsesión (y III)

Un día recibió un SMS en su móvil. Un ocho de abril. Fue un escueto mensaje que cualquier extraño al leerlo no le hubiese encontrado sentido. Si para ellos, por eso supo que era de ella al instante aunque nunca le había facilitado un número de teléfono. "Es que la factura del teléfono va a la cuenta de mi novio y, ya sabes, podría ver tu número". Esa era la excusa durante los anteriores catorce meses. "Te llamo yo", le escribía él. "No, no. Él puede estar cerca. Prefiero llamarte yo en cuanto pueda". Así se cerraba el círculo. Era inútil insistir más porque las líneas éran del todo paralelas cuando él intentaba hacer uso de cualquier otro sentido.

Ahora era diferente. Ese mensaje de ella en el móvil, significaba que se había podido zafar de la cuenta corriente de su novio y era ella la receptora de las facturas. ¡ Bravo !. Eso quería decir que, ¡ por fín !, podría oir su voz. Su voz después de casi un año y medio. Vana ilusión la suya porque las voces siguen ahogadas. Parecían haberse asfixiado en las cascadas de mensajes. Diez, cien, mil, si hubiese más día podrían enviarse. Mensajes encendidos, ardientes, mezcla de pasión y deseo, de esa ebullición que siente el volcán en su interior cuando está a punto de explotar y su magma caliente quiere salir para bañar de lava la tierra que encuentre a su paso ... "La intersección efímera de los deseos, da tiempo para mucho... y más" "eso de tener mas momentos llenos de tí es un auténtico vicio"... Un vicio, si. Como el que él sentía comiéndose el móvil con los ojos. Cogiéndolo y dejándolo como si, en cada movimiento originado por las idas y venidas del móvil a la mano y de la mano a la mesa, tuviese que venir un mensaje de ella... "Enlázate con mi cama, ahí te querría encontrar ahora mismo..." y, sobre todo, algo que ella siempre le escribía a él: "Lo malo es que deseo más de tu tiempo, quiero mas de lo que te dejo darme... y se que eso me borrará de tu vida".

Fue instintivo, animal. Marcó su número de teléfono sin avisar. Una... dos... tres... cuatro... cinco !!!. "Ha llamado al 69999999999" decía una sincopada voz al saltar contestador "Deje su mensaje después de oir la señal". "No, así no". Y al cabo de un momento, un mensaje de ella: "Has colgado demasiado pronto. No me diste tiempo a cogerlo" y, casi sin tregua, él "¡Te vuelvo a llamar!". "No, no. Ahora ya no puedo". ¿Conoceis la sensación de la mutilación del deseo? Eso es lo que sintió él. Apenas pudo aliviarlo la segunda parte del mensaje: "Mañana te llamo". Y esperó al día siguiente una llamada que no se produjo. Así que él decidió poner fin a esto. O todo o nada. "¡¡Tengo que saber qué hay tras este sentimiento que nos arrastra!!" "¡ Y tengo que saberlo, ya!". Y se lo dijo. De la única manera que pudo. De la única manera que le dejaba. "El miércoles vengo a verte". Un mensaje. Era jueves. "¿De veras? ¡¡ Biennnnnn !! Dime ¿te quedarás esa noche?" Parecía ella saltar de alegría al otro lado del teléfono. Claro... ¿cómo no me iba a quedar esa noche? ¿cómo no me iba a quedar todas las noches contigo?.

 

 

Pero el encuentro no se produjo.
Tampoco la llamada.
Demasiada distancia.
Demasiada separación.
Demasiadas vivencias no compartidas.
Demasiada lejanía.

Ambos pusieron distancia a la distancia y se tornó en un abismo que cansaba remontar.
No fueron capaces de hacer de ese tiempo, su tiempo y el mismo tiempo los separó para siempre.
Porque no era su tiempo.
Vivían en edades diferentes que no quisieron enlazar.
Porque no era unir sus vidas lo que deseaban.
Muchos demasiados cerraban un círculo de monotonía que no fueron capaces de romper. De puro aburrimiento.
Ahora están lejos y no se quieren alcanzar.

Hasta que ella decidió que debían seguir siendo unos extraños.
Ya no cabía esperar más.
Ya no había que esperar nada.
Ya no había nada.

Serían lo que ella, por fin, un día se decidió a confesarle.
Unos extraños para siempre.

 

Historia de una obsesión (II)

Historia de una obsesión (II)

Pero, las historias están llenas de "peros", las piezas tenían mal encaje. Vaya por delante que estamos ante personajes con vivencias pasadas, turbulentas, pasionales, intensas que dieron al traste con su ingenuidad. Ahora son dos desconfiados y cualquier signo que no sea el acercamiento al otr@, es interpretado como una renuncia al sentimiento y una vuelta atrás que lleva hasta la anterior línea que se había atravesado. Y vuelta a empezar donde se dejó. Esas situaciones se dan, sin duda, como consecuencia de la ausencia de los otros cuatro sentidos. Por eso él quiso avanzar. Porque sabe que la ilusión por sentir ese deseo se agota y muere si se alargan en el tiempo.

Quiso saltarse las barreras, borrar las líneas que los separaba para que no sucediese. En vano. Un intento de encuentro real, no fue posible. "Es que estoy con las oposiciones, el trabajo y no tengo tiempo" escribía, para añadir acto seguido, "...ya buscaré fechas para vernos". "Si, por supuesto que si. Esperaré". Era la respuesta de la pasión de él contenida durante tanto tiempo. Un tiempo en el que acechaban las dudas. La distancia es alimento para la desconfianza. El no "ver", ciega. El no "oler", ahoga. El no "acariciar", enfría. El no "saborear", amarga.

"¿Y si fuese un juego?", pensaba él. "No. No puede ser. Sería un sin sentido estar horas y horas de conversación para que al final todo resulte una farsa", justificaba. "Entonces ¿por qué diciendo lo que dice sentir y sabiendo el sentimiento que sabe existe entre ambos, no está loca por ese encuentro?". El deseo, saben ambos, hace posible lo imposible, sin embargo seguía la ausencia. "¿Y si fuese, en realidad, un hombre?" se preguntaba él horrorizado. "¡ Menuda gilipollez estás pensando!". Otro sin sentido. Demasiada sensibilidad al "otro lado" aunque "¡tú también tienes muy desarrollada tu parte femenina!". "Si, si. Lo se. Pero la excitación física, real y rotunda que siento, ese instinto primitivo y animal que recorre mi cuerpo cuando percibo su presencia, obedece a la atracción de dos seres diferentes y complementarios. No, definitivamente, no se trata de un hombre". Esas diatribas finalizaban cuando ella aparecía. Todo volvía a su normal "anormalidad". Aparecía la sonrisa. Se restablecían los latidos del corazón, en su loca carrera por salir del pecho y el universo entero volvía a girar en el mundo de ellos dos. Solos...

 

(Entre Líneas mayo-junio 2005)

 

Historia de una obsesión (I)

Historia de una obsesión (I)

Hacía casi un año y medio que la encontró en uno de esos lugares de contactos que proliferan en "La Red". La forma descarada de una imagen y la provocación de lo que escribía le llamaron rápidamente la atención. Y envió un mensaje aún más provocador que las palabras leídas. Hubo respuesta de forma casi inmediata así que, el siguiente paso era preparse para la estrategia de un encuentro virtual. Era necesario mantener el interés para lograr la cuenta del messenger. Y así fue. Había surgido la llamada atracción virtual, ahora cabía determinar hasta dónde llegaba.

Siguieron días de conversaciones en messenger. Espaciadas por uno y otro lado. Las pautas de la estrategia no escrita del mundo virtual, dice que debes esperar a que sea el otr@ el que te salude e inicie la conversación. Hacerlo antes denotaría interés y supondría poner al "adversari@" en una situación de dominio con referencia a tí. Si a ello añadimos que, tanto ella como él andaban en otras historias más o menos virtuales, hacía que los encuentros fuesen lo suficientemente temporales como para mantener viva la llama del interés. Eso y unas picantes e interesantes conversaciones, animadas con material fotográfico de ambos, resultó de lo más satisfactorio...

"Una chica atractiva la de la foto", pensó él. "Un hombre interesante", debió pensar ella. Y así continuaron, tardes, alguna (escasa) noche. Pero como sucede en estas cosas, las conversaciones cada vez se llenaron de más sentimiento. A pesar de la falta de sentidos. A pesar de la ausencia de tacto, de gusto, de olfato. A pesar de la carencia de oido, a pesar de todo, crecía el único sentido útil para estas relaciones. El sentido o el sentimiento, como se quiera llamar. Y como toda relación basada en la fragilidad y apoyo de un sólo sentido había sus altibajos. Desapariciones, despechos, silencios (no sé cómo denominar la ausencia de escritura en el messenger) pero irremediablemente siempre se volvía. Había raíces. Muy profundas... La atracción era superior a cualquier posible estrategia...

 

(mayo-junio 2005)

El colgante

El colgante

 

A simple vista puede parecer un colgante vulgar. La simpleza de sus formas –dos círculos desiguales unidos en una tangente virtual- le dan el aspecto de un ocho grotesco. Su estructura culmina con dos antenas (o eso me pareció) que salen del círculo más pequeño y que hacen las veces de cuerdas de sujeción del colgante por detrás de la cabeza, justo en la nuca.

 

Es un adorno sin más pretensiones, sin alardes ornamentísticos y diría que quién lo lleva, no se ha planteado otra función para él que no sea rellenar un espacio en su vestimenta aunque, eso si, haya buscado cierta armonía entre quién es y el colgante.  Esa simbiosis es la que hace adquirir a la borla una importancia que no aprecié a simple vista.

 

El colgante como extensión de la personalidad de alguien, reflejo de quién es. Testigo mudo e inanimado de retazos de vida. Observador de una realidad incontestable. Amante que da y recibe caricias cuándo y dónde quiere  sin reproche alguno.  “Voyeur” de intimidades inconfesables. En él se balancean sueños, se atrapan ideas, se cuelgan  susurros. Por él se cuentan historias –a la vista está- transmutándolo en protagonista inesperado de quién escribe.

 

Regalos

Regalos

Fue una mirada la que me abrió la puerta de tu esencia y me colé en ella justo  el tiempo que tardaste en  emitir un suspiro. Entonces te propuse un juego –me pareció que eso podía gustarte- y te pedí tres palabras que no debías pensar. Me diste tres y yo, que soy un truhán, me llevé el tesoro que había venido a buscar. Tu sonrisa. La misma que ahora, cuando me lees, me regalas.